Los laboristas se unen al Gobierno de ultraderecha de Netanyahu

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Tarde decisiva para el futuro del partido que fundó el Estado de Israel, que montó su programa nuclear, que estableció su sistema educativo, que dirigió las guerras en las que se jugó todo y que sufre un permanente declive desde hace 30 años. Para escritores del prestigio de Amos Oz, un proyecto sin porvenir.
Todo ello cruzó la mente de muchos de los cerca de 1.400 miembros del Comité Central del alicaído Partido Laborista, que anoche votaron enfrentados a un dilema: sumarse a la alianza del Gobierno ultraderechista de Benjamín Netanyahu (680 votos) o quedarse en la oposición (507 votos). Venció Ehud Barak, líder de la formación, que luchaba por su carrera política, apoyado por cinco parlamentarios. Resta por ver qué harán los siete diputados derrotados que se oponen fervientemente a la alianza. El riesgo de cisma en el grupo parlamentario es patente.

"La elección no es entre dirigir o no la oposición, sino entre ser la quinta rueda del vagón de la oposición o ser una fuerza central en un Gobierno de derechas e influir en una política apropiada para el Estado de Israel", suplicó Barak.
Eitan Cabel, secretario general y uno de los más reacios a la coalición, replicó con contundencia: "Lo que nos ha matado durante la pasada década es la pérdida de fe en nuestro camino. Nos hemos convertido en la Unión Nacional [partido de la extrema derecha nacionalista y religiosa] del sector laico. Intentamos cambiar las cosas desde dentro y estamos muriendo lentamente".

El laborismo, en efecto, impulsó desde los años sesenta la colonización de los territorios palestinos más que la derecha y ha adoptado decisiones propias de los halcones más aguerridos. Perdió la identidad. Los siete diputados opinan que sin el trago amargo de la travesía por la oposición no se puede renacer de las cenizas.
Netanyahu planteó por la mañana a Barak una oferta irresistible: cinco ministerios, entre ellos Defensa ?para el propio Barak? y Comercio e Industria. El jefe del Likud se comprometió a aplicar también varios programas sociales: reciclaje de trabajadores, atención para niños de mujeres trabajadoras, pacto para no reducir sueldos de funcionarios y aumento paulatino de las pensiones, entre otras concesiones.

Pero los siete rebeldes habían enviado el lunes a Netanyahu una carta en la que le advierten que no contará con su apoyo en la Kneset. El primer ministro tiene así asegurados 59 de los 120 escaños de la Cámara a la espera de añadir otro partido (Unidad por la Torá y el Judaísmo o La Casa Judía). La amalgama de la coalición ?grupos con intereses tan dispares como los derechistas ultraortodoxos del Shas o la extrema derecha laica de Yisrael Beiteinu? presagia que el Ejecutivo sufrirá del mal de la inestabilidad, una constante en las dos últimas décadas en Israel. Precisamente lo que desea la presidenta de Kadima, Tzipi Livni, que promete mantenerse en la oposición con la esperanza de ver el desplome del Gobierno encabezado por el Likud.

El pacto de Gobierno prevé también el respeto a los acuerdos suscritos por Israel con la Autoridad Palestina (AP). En términos muy difusos. El documento suscrito con Netanyahu ?que pretende paliar la imagen radical de su Ejecutivo a los ojos de Barack Obama? sólo habla de proseguir el proceso de paz. No menciona la necesidad de establecer un Estado palestino, frase que el próximo primer ministro se niega a pronunciar.
Los analistas aseguran que Barak tampoco cree en la posibilidad de fundar ese Estado en la próxima década y es una eventualidad incompatible con las posiciones de otros socios extremistas. Entre los acuerdos firmados con la AP figura la Hoja de Ruta. Papel mojado que ordenaba desmantelar los outposts, las colonias ilegales a juicio del propio Tribunal Supremo israelí y de Gobiernos anteriores. Son más de cien. Aún siguen en pie. Lo paradójico es que el propio Barak, responsable del Ministerio de Defensa durante los últimos dos años, era responsable de desmontar esos asentamientos.
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Escrito por Juan Miguel Muñoz, en elpais.com el 24-03-09

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Un Israel ensimismado

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El historiador y periodista Miguel Ángel Bastenier ha publicado en el diario El País este interesante artículo sobre el tratamiento periodístico que se da desde Europa a la situación israelí. Bastenier es licenciado en Historia y Derecho de la Universidad de Barcelona y en Lengua y Literatura inglesa de la Universidad de Cambridge. También es graduado en Periodismo por la Escuela Oficial de Madrid y experto en temas de política internacional.
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M. A. Bastenier, El País, 4 de marzo de 2009
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Mientras el líder de la derecha que se reconoce como derecha, Benjamin Netanyahu al frente del Likud, trata de formar Gobierno con una ultraderecha que no se reconoce como tal, Nuestra Casa Israel, de Avigdor Lieberman, y otros partidos menores que la izquierda califica de "lunáticos", Israel, o una parte notable de sus periodistas, intelectuales, profesionales y gente de excelente formación se encierra en una madeja de explicaciones, justificaciones, y ensoñaciones que difuminan el tránsito a la realidad. Es un Israel ensimismado con el discurso contrario al que a principio de los 90 desarrollaba el entonces director del diario Haaretz, Hannoch Marmari, entre otros, con su saludo al postsionismo. La paz en Palestina parece hoy tan alejada como nunca haya podido estarlo.
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El Instituto Chaim Herzog de la Universidad de Tel Aviv organiza anualmente encuentros con la prensa europea sobre una cuestión recurrente: Europa no nos entiende, en su versión moderada; o Europa se despeña hacia el antisemitismo, en lenguaje más radical. Y es fascinante comprobar cómo profesionales del espíritu, tipos decentísimos, demócratas a carta cabal, con impecables credenciales ante el mundo palestino, se han fabricado un mecano explicativo en el que la prensa europea hace el papel de íncubo de la persecución contra Israel. Todo lo que se refiera a su país, decían, recibe un tratamiento especial por parte de Europa, y, así, las guerras israelíes sufren una cobertura periodística muy distinta a la que los europeos dan "a sus propias guerras". Y todo ello embalsamado en un regüeldo de suspicacia, que adivina en la utilización del término "castigo", con que se describen las operaciones de represalia contra el terrorismo palestino, una carga semántica del más grave antisemitismo. Pocos llegan, sin embargo, a asegurar -como ocurrió hace tres años- que existía en Europa un sanedrín de periodistas que dirigía la ofensiva mediática contra el Estado de Israel; el reverso en miniatura del Protocolo de los Sabios de Sión.

Y no es que Europa no tenga nada que reprocharse, desde el tratamiento secular a los judíos, a mirar para otro lado cuando empezaba a ser inconfundible lo que pasaba con el pueblo judío en la II Guerra, sevicias históricas todas ellas que han dejado tras de sí un poderoso residuo de antisemitismo en la educación, las creencias -como contrapuestas a ideas, en la versión de Ortega- y hasta en los tópicos de una pretendida conversación amable. Debería la opinión europea ilustrada comprender, aún hoy cuando Israel es una temible potencia militar como prueba la reciente destrucción de Gaza, la mentalidad de país cercado, de sociedad que siempre teme estar a punto de tener que librar la última batalla. Pero no sólo es Irán quien ha de guardarse de Israel -que ya posee el arma nuclear- y no al revés, sino que la gran prensa europea, en todo caso, es moderadamente favorable al Estado sionista, y si sufre en ocasiones accesos de palestinidad nunca van más allá de rogar que se cumpla la resolución 242 del Consejo de Seguridad: la retirada israelí de todo lo conquistado en 1967, pero siempre con el añadido de una serie de garantías para la mayor integridad del país. Nadie de peso reclama hoy en Europa el regreso de cuatro millones de refugiados palestinos y sus descendientes a sus antiguos hogares.

¿Cuál es la técnica introspectiva que permite a ese segmento de población construirse un universo de fantasía poblado de periodistas europeos clamando "genocidio"? Consiste en entender la realidad como un mecano que se puede descomponer en un gran número de piezas o eslabones, de los que, sin embargo, sólo se quiere examinar algunos -y los hay que tanto alientan una como otra posición- pero siempre con la precaución de no querer nunca ver la cadena en su conjunto, porque ésta remite inexcusablemente al problema de origen: la culpabilidad se reparte, a buen seguro, entre israelíes y palestinos, pero no hay forma de evitar que éstos se dividan en ocupantes y ocupados. Así, los que habitan en esa burbuja autoinsuflada son perfectamente capaces de considerar un error la incesante colonización de los territorios, pero no por ello conectan ese torpedo en la línea de flotación de cualquier tipo de negociaciones con la irremediable parálisis y fracaso de las mismas. El arbitrista Martín González de Cellorigo, mientras contemplaba la ruina de la España del siglo XVII, escribió que aquéllo se había convertido en "una república de hombres encantados". ¿Habrá alguien capaz de desencantarlos?

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Como los zorros en la historia de Sansón

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El escritor israelí David Grossman, defensor de la paz entre su país y Palestina, escribe hoy este interesante artículo en El País. En 2006 se posicionó en contra de la guerra que asola su país y do días después, su hijo de 20 años murió por un misil anti tanques en el sur del Líbano.Desde entonces Grossman ha criticado con dureza al gobierno de Ehud Ólmert.

D. Grossman, El País, 3 de marzo de 2009

Como los zorros de la historia bíblica de Sansón, unidos en parejas por la cola con una antorcha en llamas entre ellos, los palestinos y nosotros, los israelíes, nos arrastramos al desastre, a pesar de la fuerza que tiene cada uno, e incluso cuando tratamos por todos los medios de separarnos. Y al hacerlo, quemamos al otro que está ligado a nosotros, nuestro doble, nuestra némesis, nosotros mismos.
Por eso, en medio de la ola de invectivas nacionalistas que inunda Israel, convendría no olvidar que la última operación en Gaza no fue, al fin y al cabo, sino una etapa más en una vía de una sola dirección, asfaltada con fuego, violencia y odio. En esa vía, a veces se gana y a veces se pierde, pero el final siempre es la ruina.

Mientras los israelíes nos felicitamos porque esa campaña rectificó los errores militares de la segunda guerra de Líbano, deberíamos hacer caso a las voces que dicen que los triunfos de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) no son la prueba indudable de que Israel tenía razón al emprender una operación de semejantes proporciones; y, desde luego, no justifican la forma de llevar a cabo la misión. Los logros de las FDI sólo confirman que Israel es mucho más fuerte que Hamás y que, en ciertas circunstancias, puede ser muy duro y cruel.

Sin embargo, con el fin de las operaciones, ahora que todos conocen la magnitud de las matanzas y la destrucción, quizá la sociedad israelí sea capaz de controlar por un momento sus complejos mecanismos de represión y superioridad moral. Y quizá entonces se imprima en la conciencia israelí algún tipo de enseñanza. Tal vez entonces comprenderemos, por fin, algo profundo y fundamental: que nuestra conducta en esta región es, desde hace mucho tiempo, errónea, inmoral e imprudente. En concreto, que aviva sin cesar las llamas que nos consumen.

Desde luego, no puede absolverse a los palestinos de sus errores y sus crímenes. Sería una muestra de desprecio y condescendencia hacia ellos, como si no fueran adultos racionales, responsables de cada una de sus faltas y equivocaciones.

Es cierto que los habitantes de la Franja de Gaza estaban, en gran medida, "estrangulados" por Israel, pero también ellos tenían otras opciones, otras formas de protestar, de dar a conocer su difícil situación. Disparar miles de cohetes contra civiles inocentes en Israel no era la única posibilidad que tenían. No debemos olvidarlo. No debemos perdonar a los palestinos, como si fuera lo más natural que, cuando ellos están en dificultades, su respuesta casi automática tenga que ser la violencia. Pero, incluso cuando los palestinos actúan con una beligerancia temeraria -con atentados suicidas y misiles Qassam-, Israel, que es mucho más fuerte que ellos, tiene una inmensa capacidad de controlar el nivel de violencia en el conflicto en general. Y, por tanto, puede tener una profunda influencia a la hora de aplacar los ánimos y arrancar a ambas partes de esta espiral violenta. La última acción militar en Gaza indica que entre las autoridades israelíes no parece haber nadie que comprenda ese hecho, este aspecto fundamental de la disputa.

Al fin y al cabo, llegará un día en el que querremos tratar de restañar las heridas que acabamos de infligir. ¿Cómo puede llegar ese día si los israelíes no asumimos que nuestro poderío militar no puede ser nuestra principal herramienta para establecer nuestra presencia aquí, con las naciones árabes enfrente? ¿Cómo puede llegar ese día si no comprendemos la grave responsabilidad que nos imponen nuestros variopintos y fatídicos vínculos, pasados y futuros, con la nación palestina en Cisjordania, la Franja de Gaza y el propio Israel?

Cuando se despejen las nubes de humo de las declaraciones de los políticos sobre una victoria amplia y decisiva, cuando comprendamos lo que consiguió verdaderamente la operación en Gaza y cuánta diferencia hay entre esas declaraciones y lo que de verdad necesitamos saber para vivir una vida normal en esta región, cuando reconozcamos que toda una nación se dejó hipnotizar porque necesitaba creer como fuera que Gaza iba a curar la enfermedad de Líbano, entonces, podremos volver nuestra atención hacia quienes, una y otra vez, han instigado la soberbia y la euforia de poder de la sociedad israelí. Hacia quienes, desde hace tantos años, nos han enseñado a despreciar la fe en la paz y cualquier esperanza de cambio en nuestras relaciones con los árabes. Hacia quienes nos han convencido de que los árabes sólo entienden la fuerza y que, por tanto, sólo podemos hablarles en ese lenguaje. Como tantas veces les hemos hablado así, y sólo así, nos hemos olvidado de que existen otros lenguajes que pueden emplearse para hablar con otros seres humanos, incluso con los enemigos, incluso con enemigos tan acérrimos como Hamás; unos lenguajes que son tan propios de nosotros, los israelíes, como el lenguaje del avión y el carro de combate.

Hablar con los palestinos. Ésa debe ser la conclusión fundamental de este último y sangriento estallido bélico. Hablar incluso con quienes no reconocen nuestro derecho a existir aquí. En vez de ignorar a Hamás, conviene aprovechar la nueva situación y entablar un diálogo que haga posible un acuerdo con el pueblo palestino en su conjunto. Hablar, para comprender que la realidad no es sólo el relato herméticamente sellado que los palestinos y nosotros nos contamos desde hace generaciones y que, en buena parte, está formado por fantasías, deseos y pesadillas. Hablar para crear, en esta realidad opaca y sorda, una oportunidad de diálogo, de tener esa alternativa hoy tan despreciada y olvidada, que, en la tempestad de la guerra, casi no dispone de hueco, esperanza ni creyentes.

Hablar como estrategia muy meditada, iniciar el diálogo, insistir en la comunicación, hablar a las paredes, hablar aunque parezca que no sirve de nada. A largo plazo, ese tesón puede ayudar más a nuestro futuro que cientos de aviones arrojando bombas sobre una ciudad y sus habitantes. Hablar a partir de la comprensión, nacida de los horrores que acabamos de ver, de que la destrucción que somos capaces de infligirnos unos a otros, cada pueblo a su manera, es una fuerza inmensa y corruptora. Si nos rendimos a ella y su lógica, al final, nos destruirá a todos.
Hablar porque lo que ocurrió en la Franja de Gaza durante tres semanas de este invierno coloca ante nosotros, los israelíes, un espejo que refleja un rostro que nos horrorizaría si lo viéramos por un momento desde fuera o si lo observáramos en otro país. Entonces comprenderíamos que nuestra victoria no es una victoria auténtica y que la guerra de Gaza no nos ha ayudado a curar nada de lo que necesitábamos desesperadamente curar.


Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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Distinción geográfica: Oriente Próximo, Oriente Medio y Extremo Oriente

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El primer problema que nos encontramos para poder comprender la delicada situación que se vive en esta zona es tan básico como saber delimitar qué países la componen. Es decir, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de "Oriente Próximo"? Una de las primeras afirmaciones que podemos ofrecer es que esta zona geográfica se caracteriza por ser escenario de conflicto entre árabes e israelíes. Pero, ¿qué diferencia a Oriente Medio y Oriente Próximo? A ojos de cualquier persona no experta estas dos terminologías podrían resultar sinónimas, si bien, al adentrarnos un poco en el tema comprobamos que la realidad es muy distinta y que, al menos en español, la diferencia en términos geográficos es muy importante.

Según se publicó en el Boletín nº 42 de Boletines terminológicos y normativos, editado por el Parlamento Europeo, el uso español distingue entre Oriente Próximo, Oriente Medio y Extremo Oriente como tres zonas distintas. Según recoge este artículo, la RAE dice lo siguiente:
  • "Oriente Próximo", en español, se denomina al área geográfica que incluye Arabia Saudí, Bahréin, Chipre, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Irán Israel, Jordania, Kuwait, Líbano, Libia, Omán, Qatar, Siria, Sudán y Yemen.
  • "Oriente Medio" ocupa geográficamente la zona de Afganistán, Pakistán e India.
  • Y, por último, "Extremo Oriente" comprende Australia, Camboya, China, Corea del Norte, Corea del Sur, Filipinas, Hong Kong, Indonesia, Japón, Laos, Malasia, Nueva Zelanda, Singapur, Tailandia y Vietnam.
Conclusiones
  • Según el Boletín nº 42, se recomienda recurrir a Oriente Próximo, y no a Oriente Medio, para nombrar, en particular, a los países directa o indirectamente implicados en el conflicto entre árabes e israelíes y, de forma general, a la zona geográfica que comprende conjuntamente a Israel y los países del Mashreq (parte más oriental del mundo árabe, es decir, países árabes de Asia y el NE de África), y, al menos, a Arabia Saudí, Egipto, Iraq, Israel, Jordania, Kuwait, Líbano y Siria.
  • Los contornos de la región denominada Oriente Medio son más difusos. Por influencia del inglés, el término sirve en ocasiones como sinónimo de Oriente Próximo. Para la RAE abarca Afganistán, India y Pakistán. Otras fuentes como El País, incluye a países como Irán. Pero al ser un término tan ambiguo los expertos desaconsejan su uso.
  • Por tanto, en este blog, en el que nos referimos expresamente a la región de Oriente Próximo, hablaremos de todos aquellos países que son o han sido escenario del conflicto entre árabes e israelíes.

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