Un Israel ensimismado

El historiador y periodista Miguel Ángel Bastenier ha publicado en el diario El País este interesante artículo sobre el tratamiento periodístico que se da desde Europa a la situación israelí. Bastenier es licenciado en Historia y Derecho de la Universidad de Barcelona y en Lengua y Literatura inglesa de la Universidad de Cambridge. También es graduado en Periodismo por la Escuela Oficial de Madrid y experto en temas de política internacional.
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M. A. Bastenier, El País, 4 de marzo de 2009
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Mientras el líder de la derecha que se reconoce como derecha, Benjamin Netanyahu al frente del Likud, trata de formar Gobierno con una ultraderecha que no se reconoce como tal, Nuestra Casa Israel, de Avigdor Lieberman, y otros partidos menores que la izquierda califica de "lunáticos", Israel, o una parte notable de sus periodistas, intelectuales, profesionales y gente de excelente formación se encierra en una madeja de explicaciones, justificaciones, y ensoñaciones que difuminan el tránsito a la realidad. Es un Israel ensimismado con el discurso contrario al que a principio de los 90 desarrollaba el entonces director del diario Haaretz, Hannoch Marmari, entre otros, con su saludo al postsionismo. La paz en Palestina parece hoy tan alejada como nunca haya podido estarlo.
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El Instituto Chaim Herzog de la Universidad de Tel Aviv organiza anualmente encuentros con la prensa europea sobre una cuestión recurrente: Europa no nos entiende, en su versión moderada; o Europa se despeña hacia el antisemitismo, en lenguaje más radical. Y es fascinante comprobar cómo profesionales del espíritu, tipos decentísimos, demócratas a carta cabal, con impecables credenciales ante el mundo palestino, se han fabricado un mecano explicativo en el que la prensa europea hace el papel de íncubo de la persecución contra Israel. Todo lo que se refiera a su país, decían, recibe un tratamiento especial por parte de Europa, y, así, las guerras israelíes sufren una cobertura periodística muy distinta a la que los europeos dan "a sus propias guerras". Y todo ello embalsamado en un regüeldo de suspicacia, que adivina en la utilización del término "castigo", con que se describen las operaciones de represalia contra el terrorismo palestino, una carga semántica del más grave antisemitismo. Pocos llegan, sin embargo, a asegurar -como ocurrió hace tres años- que existía en Europa un sanedrín de periodistas que dirigía la ofensiva mediática contra el Estado de Israel; el reverso en miniatura del Protocolo de los Sabios de Sión.

Y no es que Europa no tenga nada que reprocharse, desde el tratamiento secular a los judíos, a mirar para otro lado cuando empezaba a ser inconfundible lo que pasaba con el pueblo judío en la II Guerra, sevicias históricas todas ellas que han dejado tras de sí un poderoso residuo de antisemitismo en la educación, las creencias -como contrapuestas a ideas, en la versión de Ortega- y hasta en los tópicos de una pretendida conversación amable. Debería la opinión europea ilustrada comprender, aún hoy cuando Israel es una temible potencia militar como prueba la reciente destrucción de Gaza, la mentalidad de país cercado, de sociedad que siempre teme estar a punto de tener que librar la última batalla. Pero no sólo es Irán quien ha de guardarse de Israel -que ya posee el arma nuclear- y no al revés, sino que la gran prensa europea, en todo caso, es moderadamente favorable al Estado sionista, y si sufre en ocasiones accesos de palestinidad nunca van más allá de rogar que se cumpla la resolución 242 del Consejo de Seguridad: la retirada israelí de todo lo conquistado en 1967, pero siempre con el añadido de una serie de garantías para la mayor integridad del país. Nadie de peso reclama hoy en Europa el regreso de cuatro millones de refugiados palestinos y sus descendientes a sus antiguos hogares.

¿Cuál es la técnica introspectiva que permite a ese segmento de población construirse un universo de fantasía poblado de periodistas europeos clamando "genocidio"? Consiste en entender la realidad como un mecano que se puede descomponer en un gran número de piezas o eslabones, de los que, sin embargo, sólo se quiere examinar algunos -y los hay que tanto alientan una como otra posición- pero siempre con la precaución de no querer nunca ver la cadena en su conjunto, porque ésta remite inexcusablemente al problema de origen: la culpabilidad se reparte, a buen seguro, entre israelíes y palestinos, pero no hay forma de evitar que éstos se dividan en ocupantes y ocupados. Así, los que habitan en esa burbuja autoinsuflada son perfectamente capaces de considerar un error la incesante colonización de los territorios, pero no por ello conectan ese torpedo en la línea de flotación de cualquier tipo de negociaciones con la irremediable parálisis y fracaso de las mismas. El arbitrista Martín González de Cellorigo, mientras contemplaba la ruina de la España del siglo XVII, escribió que aquéllo se había convertido en "una república de hombres encantados". ¿Habrá alguien capaz de desencantarlos?

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